“Mis experiencias vividas al lado del Cacique”

Una de las situaciones más frecuentes que acontecen al periodista es que contacte, de diferentes maneras, con personajes públicos por la esencia misma de su oficio de informar. Como resultado unos, en todo caso, conservan su independencia; otros, pasan a ser parte del ‘decorado’ y, los más, simplemente se quedan con las anécdotas vividas al lado del sujeto de su trabajo.

Historia de Diomedes Díaz
Una de las situaciones más frecuentes que acontecen al periodista es que contacte, de diferentes maneras, con personajes públicos por la esencia misma de su oficio de informar. Como resultado unos, en todo caso, conservan su independencia; otros, pasan a ser parte del ‘decorado’ y, los más, simplemente se quedan con las anécdotas vividas al lado del sujeto de su trabajo.

Vivencias que conservan -a pesar del paso de los años- con un rigor digno del mejor relato. Y tal es el caso del periodista Jorge Eric Palacino Zamora, otrora reportero callejero de un periódico popular de amplia difusión, hoy vinculado a la empresa pública, quien comparte con EL BLOG DE DIOMEDES DÍAZ y sus lectores parte de sus anécdotas con El Cacique de La Junta a lo largo de varios años. Estas son las experiencias vividas de corazón.

Compartimos su relato con la familia diomedista. Bienvenidos.

CONCEPTO PERIODÍSTICO, EDICIÓN Y CORRECIÓN DE ESTILO:

Héctor Sarasti (España) 
GESTIÓN, ANÁLISIS Y DESARROLLO 2.O:
Antonio José de León (Colombia)
REDES SOCIALES DE DIOMEDES DÍAZ 

LA NOCHE DEL CACIQUE, QUE NOCHE…

PRIMER ACTO

... Diciembre de1994...

... La persona que camina tranquila, con el cabello al viento y con gesto desprevenido y que apenas deja ver su rostro, es escoltada por un séquito de hombres corpulentos que avanza como en cámara lenta. Está sudoroso, sus pasos son como pulsaciones que se evaporan en el remolino de voces que gritan su nombre. Ingresa presuroso en una una carpa dispuesta como camerino. Hace un par de semanas, el 21 de noviembre, murió en la población de El Tigre, del Estado Anzoátegui, en Venezuela y en medio de un accidente aéreo, su compañero y acordeonero Juan Humberto Rois Zúñiga, "Juancho Roís". Aunque estamos en los minutos previos a un concierto, el ceniciento cielo de la fría noche bogotana condensa una atmósfera de duelo.

El Cacique reaparece en Bogotá con su nuevo acordeonero, Iván Zuleta y la expectativa de los seguidores se concentra, más que en las facultades del nuevo compañero del fórmula, en la manera como el más exitoso artista vallenato seguirá su carrera tras la desaparición de su compadre Juancho, el hombre con el que ha logrado alcanzar la cúspide con las creaciones de decenas de éxitos musicales, entre ellos, "Título de Amor" y "26 de Mayo".

Darío Gómez, quien precede al gran Diomedes en el concierto, termina su número con "Nadie es Eterno", quizá por un capricho del destino que conspira y quiere darle visos de velorio a esta presentación. Del hombre algo desaliñado que ingresó al camerino sudoroso como si viniera de un largo viaje o de una pelea en un camino polvoriento, solo queda el recuerdo. El sobreviviente, el hijo de doña Elvira Maestre, el exitoso intérprete de “La Reina”, canción que completa en ese momento casi un año como líder de las estaciones radiales, surge con el cabello perfectamente acomodado, impecable y camina hacia la tarima como un héroe venido de tiempos remotos.

Se estrechan los abrazos, la algarabía inunda cada centímetro del parqueadero de Corferías de la capital. Los ojos bien abiertos, miles de ojos que no quieren perder detalle. En medio de una piquería con Iván Zuleta, Diomedes parece no respirar, las manos juntas, aferradas al micrófono como si fuese un escapulario, hasta que levanta su mano y señala un punto diminuto, pero luminoso y con un minúsculo ruido que parece venir desde los sótanos de esta noche tan oscura y sin bordes. Pasan los segundos y el punto diminuto es un avión, al que Diomedes compone un estribillo en referencia a la muerte de su compadre Juancho precisamente en un accidente aéreo.

Con el verso, la gente estalla en aplausos, una señora que está a mi lado y se protege con un plástico de la lluvia, ha empezado a llorar pero no aparta la vista del cantante que parece detener el tiempo con su fuerza hipnótica. Otro de sus seguidores sentencia esa es la genialidad del Cacique. La lluvia ahora es aguacero y la gente inmóvil, como presa de un misterioso magnetismo, le pide al cantante que interprete la reina, una canción maravillosa que grabara al lado de Juancho Roís y se convirtiera en himno de irredentos enamorados.

Pasa un muchacho vendiendo fotos del Cacique acompañado de Juancho y la gente las compra como si fueran estampitas del señor de Buga. Termina el concierto. Con rumores de ron y voces afónicas, todos hablan de la calidad de Diomedes, de cómo hizo para advertir la presencia del avión antes que todo el mundo y componer tan precioso verso. Esa noche es mi bautizo como Diomedista, rótulo de los seguidores del que por ese entonces es considerado el más vendedor de los artistas colombianos.

Segundo acto

Es medio día y una brisa que llega desde la Sierra Nevada hecha con el canto de mil mochuelos, sacude las copas de los almendros que rodean la pista del Aeropuerto Alfonso López, de Valledupar. Iluminados por chorritos de luz de oro que se cuelan entre el ramaje de un frondoso mango, escuchamos al compositor Marciano Martínez y a un puñado de distinguidos vallenatos que se han reunido para esperar a uno de sus paisanos más famosos...adivinen, al propio Cacique quien después de varios meses de encierro regresa a la libertad y, por supuesto, a su tierra natal. 

Frente al terminal aéreo de la capital cesarense, se agolpan millares de seguidores. Hay más gente que para el desfile de Las Piloneras en el Festival de la Leyenda Vallenata, apunta un tal 'Diosemel' Díaz , el mismo Diomedes, ese hombre que se gana la vida vendiendo a millares discos compactos y quien precisamente acaba de hacer un recorrido por las calles del centro de la ciudad, que según dice están atestadas de gente como si se tratara de la Inauguración del famoso Festival.

La pequeña avioneta llega al aeropuerto y la estampa inconfundible de Diomedes se asoma por la portezuela de la aeronave. Uniformados de la Policía Nacional tratan de contener a la gente que quiere tumbar la malla que separa la calle, hasta que lentamente El Cacique de la Junta se abre paso entre los seguidores y se instala sobre la carrocería del carro de bomberos del municipio, que inicia un recorrido de leyenda, vitoreado por sus paisanos que en un ejercicio de catarsis, liberan la rebeldía contenida durante largos meses en los que su rapsoda, el intérprete más cercano de sus propios amores, estuvo lejos de esa comarca blanquecina, de cielo anaranjado y vestida por vientos serranos, rebautizada esta tarde como Valle de Old Parr.

Desde el carro de bomberos, tan solo a unos metros de Diomedes, observo la multitud que le presenta afiches promocionales de su más reciente trabajo “Mi Biografía”, que le alcanza pañuelos para que limpie el sudor de su frente y les regresé la prenda como testimonio de una jornada inolvidable. También le muestran carátulas de sus discos más viejos donde aparece al lado de Colacho Mendoza, hasta un hombre que apenas puede caminar y le entrega sus muletas al cacique, quizá con la ilusión de que al tocarlas le trasmita la sustancia milagrosa de su recuperación.

Pero, ¿cómo? ¿Es que el Cacique también hace milagros?, le pregunto a Dinael Torres, un empresario de músicos vallenatos, quien también es testigo de ese desfile interminable de seguidores que caminan embebidos en su propio euforia por el retorno del muchacho, del cantor campesino que nuevamente parece ganarle la partida a la adversidad.

Llevo dos horas esperando al Cacique en su residencia. Preparo un cuestionario, quiero saber de sus primeros pasos, de cómo concibió ese bello poema "Cariñito de Mi vida", de cómo fue su niñez en la finca donde trabajaba su padre como jornalero, quiero confirmar si es cierto tanto que de él se dice, si es verdad que cantaba en los buses y quiero saber si en verdad pintaba sus zapatos de color blanco para simular que eran tenis y si pesaban mucho los bafles que le tocaba cargar como ayudante del conjunto de los hermanos López.

Quiero aventurarme casi que en un interrogatorio musical para conocer cuál era su canción preferida y cuál estaba en un tono más alto "Sin medir distancias" o "Mensaje Aventurero", pero también quería compartirle que, además de periodista, yo era uno de sus fieles seguidores, quería contarle que cada año compraba religiosamente sus discos y que cuando yo tenía nueve años me embrujó con la canción "Bajo el Palmar", y que todos los días por lo menos escuchó una de sus melodías. 

Estoy en medio de estas cavilaciones cuando me extiende su mano firme. Me levanto de la silla con sorpresa. El cacique me abraza como si yo fuera otro de los amigos de su infancia que hoy quieren saludarlo, los pelados con los que robaba limones y correteaba por esos patios calcinados bajo el rigor de los interminables veranos de la junta Guajira. Le digo que soy periodista del El Espacio y que me regale una horita para hacerle una entrevista.

El Cacique suelta una risotada que inunda la sala de su casa, decorada con unos óleos terracotas y esmerados dibujos al carboncillo de donde surgen acordeones centenarios terciados por negros macizos quizás inspirados en Franciso Moscote o el maestro Alejo.
" Claro, hombre, ¡si yo soy 'espacista'!, apunta e iniciamos un corto diálogo de apenas veinte minutos, mientras vecinos de varios rincones de Valledupar se reúnen a la entrada de su residencia, con saludos afectuosos pero también con solicitudes de ayuda para el ilustre muchacho de Carrizal.

Zuleta su compañero de formula, me había advertido que el Cacique no hablaba mucho y el propio Diomedes me confirma que para eso están sus canciones. Seguramente por la presión mediática derivada de la situación que apenas supera, adopta la reserva como una condición inalterable para enfrentarse a las entrevistas. No habla mucho, pero dice mucho con sus acciones, con la atención que presta al puñado de hombres y mujeres humildes que llegan a esa misma hora para que, como en otras oportunidades, les ayude con dinero para pagar una fórmula médica o una pensión escolar.

Su calidez y sus condiciones de anfitrión hablaban muy bien del cacique fuera de los escenarios. Diomedes había saltado de las carátulas de sus discos y de los titulares de prensa, había dejado por unos instantes de ser el Rey Midas de la música colombiana para materializarse en un ser humano tranquilo, que más que sus anécdotas y su vida privada quiso compartir un sancocho de gallina, y una parranda improvisada bajo uno de los famosos palos de mango valduparenses con un extraño periodista cachaco, que para colmo de males acababa de llegar de Bogotá.

Después vendrían otros encuentros con el más prolífico interprete de la música vallenata, fuera de los escenarios, como en la celebración de uno de sus cumpleaños cuando en silla de ruedas, asistió al lanzamiento del álbum experiencias vividas en 1999, en esa ocasión vi como soportó con paciencia a los reporteros que, escondidos en el parqueadero de la casa disquera, querían tomarle fotos mientras era llevado en sus brazos por uno de los integrantes de su equipo de seguridad.

Hace apenas unos días pude saludarlo en Sony Music con ocasión del lanzamiento de su último trabajo musical. Atento, paciente ante las preguntas que siempre se repiten en las ruedas de prensa, respondió lúcido, soltó ráfagas de inteligencia, de ese repentismo que ha transformado en dichos tan populares que ya incluso cuentan con una Página oficial.

Ese es el Diomedes del que no se ocupan los grandes diarios, atentos siempre al escándalo, el Diomedes que que conserva su alma campesina a pesar de la fama, el que nunca se olvida de su vieja la señora Elvira, el que se entristece cuando recuerda a su viejo Rafael. Será que yo soy muy de buenas pero este el cacique del que puedo hablar.
Nombre

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“Mis experiencias vividas al lado del Cacique”
Una de las situaciones más frecuentes que acontecen al periodista es que contacte, de diferentes maneras, con personajes públicos por la esencia misma de su oficio de informar. Como resultado unos, en todo caso, conservan su independencia; otros, pasan a ser parte del ‘decorado’ y, los más, simplemente se quedan con las anécdotas vividas al lado del sujeto de su trabajo.
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