Esa tarde las cosas eran diferentes para el muchacho de escasos 19 años que se paseaba inquieto por la orilla de aquel pozo rodeado de árboles de la finca ‘Parlamento’, ubicada a la salida de la población de San Sebastián, departamento del Magdalena, norte de Colombia.
Amor sincero |
Esa tarde las cosas eran diferentes para el muchacho de escasos 19 años que se paseaba inquieto por la orilla de aquel pozo rodeado de árboles de la finca ‘Parlamento’, ubicada a la salida de la población de San Sebastián, departamento del Magdalena, norte de Colombia.
El jovenzuelo, y ‘esperador’, se llamaba Diomedes Díaz. La esperada era Niviam Spadafora, la hija adolescente del dueño del predio, Fedor Spadafora. Ella le había confirmado, a través de un amigo en común, que iría a su encuentro “así se estuviera acabando el mundo”.
Pero esa vez no era para que ella llegara y viviera su idilio con el muchacho aquel que le había dedicado una canción llamada “Cariñito de mi vida”, la que le entonaba para que dejara el mal genio.
En esta ocasión el muchacho la esperaba para fugarse con ella, como hacían muchos novios en aquellos tiempos cuando se largaban con la enamorada. Él no tenía nada: solo sus canciones que aún nadie le grababa y una cara de palo efectiva que ponía para pedir chance en cualquier vehículo que fuera para San Sebastián, solo para ir a verla.
Ella, la hija de una familia pudiente y de una belleza de miedo, paralizaba hasta el corazón. La misma que se había vuelto loca por ese ser misterioso que hablaba ‘cantaíto’. Una de las cosas que más le gustaba de él, además, de su procedencia guajira.
Muy a pesar de ellos y de sus planes, la fuga de los novios se truncó. Un empleado se dio cuenta de toda la trama que habían montado y se lo contó esa noche al patrón quien sin dar explicaciones cogió a la hija y se la llevó esa misma noche para Mompox y a la mañana siguiente, sin escuchar sus súplicas, la embarcó en un avión para Bogotá y, luego, Estados Unidos.
Diomedes Díaz se quedó triste al pie del pozo esperando a la mujer que nunca llegó a la cita que se habían hecho en ese mismo lugar el 20 de enero de un año ya olvidado en el almanaque.
Ella lloraba a lágrima viva por “el indio ese, carajo” como le decía su padre cuando la regañaba por sus encuentros prohibidos.
Cuando podía se le hicieron eternas las semanas para verse con él, aunque volvía a sosegarse cuando en las noches de ‘mala luna’ escuchaba en la casa de dos pisos, en su alcoba con ventanas pintadas de color marrón, una canción alegre y sentimental acompasada por una voz animada por el licor:
“Hágame el favor compadre Debe llegue a esa ventana marroncita Toque Tres canciones bien bonitas que a mi no me importan si se ofenden…”
¡Sí, era Diomedes!
Anunciaba así su llegada a San Sebastián, de la mejor manera que se le había ocurrido: cantando al pie de la ventana marroncita donde se encontraba su adorada.
Entonces, con cualquier pretexto Niviam se iba para ‘Parlamento’ y esperaba a que llegara su enamorado con el guayabo todavía crudo que ella le quitaba con sus artes de mujer.
Pero ante su ausencia y con el paso de los tiempos ese Diomedes no pudo esperar más a alguien que no sabía si alguna vez volvería a ver, por eso caminó otras sendas.
A Niviam le ocurrió lo contrario, nunca lo olvidó. Esa tierra extraña donde la había mandado su papá le hacía cerrar los ojos para revivir los momentos de alegría con su poeta loco.
Era 1980 y no aguantó tantos recuerdos y regresó a su tierra con el ánimo de pelear con todo el mundo por el amor del cantante, a quien no veía y de quien no sabía nada.
Pero “el indio” ya se había vuelto inalcanzable. Niviam nunca recibió respuesta cuando solicitó verlo a través del conocido que acolitaba sus recuerdos.
Ella se fue para Barranquilla a estudiar Medicina. Pero lo recordaba escuchando “Tres Canciones” y sentía coraje cada vez que oía otra de las canciones grabada por el amor de sus desvelos, su indio, y también dedicada a ella: “Mi Profecía”.
Por todo eso, Niviam no hizo más que recordarlo siempre y nunca lo pudo olvidar....
(Por: Fabio Fernando Meza).
FIN.
ATENCIÓN: ¿Eres de aquellas personas que tiene una historia guardada en el corazón por cuenta de la música de Diomedes Díaz? ¿Te enamoraste o te enamoraron con una o varias canciones de él? ¿Sientes que sus composiciones resumen parte de tus mejores sentimientos, vivencias y experiencias? ¿Piensas que con su canto bonito hasta los dolores se te alivian? ¡Anda!, ¡atrévete!, comparte esa historia con el propio cantante y sus miles fans.
¿Que cómo lo haces? Sencillo, envía por escrito a diomedesdiaz.co@gmail.com esa historia de amor, pasión, lucha, superación o del tipo que sea. Te la publicamos. Y, si tienes, acompáñala de una foto con el cantante o una foto tuya personal.
SECCIÓN: “EL Cacique y Yo”.
CONCEPTO PERIODÍSTICO, CORRECIÓN DE ESTILO Y EDICIÓN:
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