Crónica: Diomedes, Mi Abuela y Yo… ¡Recuerdos De Mi Niñez!

….Yo veía que mi abuela no podía dormir… Se revolcaba de un lado a otro en su hamaca, se sentaba con sus pies colgando, se volvía a acostar con la cabeza para el otro lado. …Yo me hacía el dormido para ahorrarle la angustia que le causaba preocuparme por su insomnio. A veces, sentía su chancleteo cuando iba hasta la sala a servirse un vaso de agua de la jarra que ella ponía en la mesa para no tener que salir a media noche hasta la cocina, que quedaba en la mitad del patio. La música entraba nítida por las soleras de la casa. Venía desde la caseta comunal, como llamábamos en La Junta, el pueblo del alma, el sitio amurallado donde se hacían las verbenas. Yo estaba seguro de que lo que la trasnochaba, sonaba a todo timbal y llegaba hasta el aposento no era el concierto en vivo. Sabía, además, que hasta que no botara lo que la atragantaba, mi abuela no conciliaría el sueño. …Al rato, lo soltó -sin ningún pudor- en voz alta pero para sí misma, pues los únicos que estábamos en casa éramos los dos y ella me hacía fundido del sueño.

Diomedes Díaz y Juancho Rois
….Yo veía que mi abuela no podía dormir…
Se revolcaba de un lado a otro en su hamaca, se sentaba con sus pies colgando, se volvía a acostar con la cabeza para el otro lado. 

…Yo me hacía el dormido para ahorrarle la angustia que le causaba preocuparme por su insomnio. A veces, sentía su chancleteo cuando iba hasta la sala a servirse un vaso de agua de la jarra que ella ponía en la mesa para no tener que salir a media noche hasta la cocina, que quedaba en la mitad del patio.

La música entraba nítida por las soleras de la casa. Venía desde la caseta comunal, como llamábamos en La Junta, el pueblo del alma, el sitio amurallado donde se hacían las verbenas. 
Yo estaba seguro de que lo que la trasnochaba, sonaba a todo timbal y llegaba hasta el aposento no era el concierto en vivo. Sabía, además, que hasta que no botara lo que la atragantaba, mi abuela no conciliaría el sueño. 

…Al rato, lo soltó -sin ningún pudor- en voz alta pero para sí misma, pues los únicos que estábamos en casa éramos los dos y ella me hacía fundido del sueño. 

-“¿No sé qué tanto le verán a un hombre que lo único que hace es gritar?”, dijo, al fin, con rabia. Esa noche cantaba Diomedes Díaz y mi abuela se refería a él. ¿Con que era eso?….
Entonces yo tendría 8 o 10 años. Diomedes, unos 20 y acababa de grabar su primer álbum musical "Herencia Vallenata". Para los niños junteros de esa época que un joven tuviera el atrevimiento de desafiar a la pobreza para empezar a labrar lo que quería era motivo de orgullo. Por eso, no me dio la gana de seguir fingiendo que dormía y tuve el abuso de contestarle a mi abuela no solo eso sino, además, hasta contradecirle:

-“Será la única persona en el mundo que piensa así porque le aseguro que esa caseta debe estar atiborrada de gente”, afirmé.
En realidad, la vieja Aba, como le decían por cariño a mi abuela en La Junta, no era la única que pensaba eso...

Para entonces hacía apenas y escasos 5 años, Diomedes cantaba en un conjunto vallenato compuesto por paisanos de su edad: Uno de ellos, “Piyayo”; tocaba la guacharaca; otro, "Cate" Martínez, la caja; y su rió Martín Maestre, el acordeón. A ese conjunto le decían Los J J. 
Aún recuerdo las cartulinas pegadas en las paredes de las casas junteras en donde, con crayones de colores, se escribían letreros para invitar a parrandas amenizadas por este conjunto. Se decía, entonces, que el joven Diomedes Díaz tenía una voz ronca, chillona, estridente. Tanto era así, que se había ganado el remoquete de “El Chivato”.

Tuvo Rafael Orozco, el del Binomio de Oro, que grabarle la canción “Cariñito de mi vida” y bautizarlo como "El Cacique de La Junta" para que la gente del pueblo dejara de llamarlo con el sobrenombre de animal y lo conociera ahora con ese título de monarca indígena.

Por los días en que empezaba a sonar con fuerza en las emisoras de Valledupar Cariñito de mi vida, mi abuela me mandó a hacer un mandado. Creo que tenía que ir a comprar unos plátanos amarillos para el almuerzo. Cuando iba pasando por la casa de "El Mono", un caleño que había llegado a La Junta enamorado de Gloria Hinojosa, vi que el joven Diomedes estaba ahí, pues esa mañana había apadrinado al hijo de ellos. Entré hasta el patio por la puerta de la sala, esperé a que terminara la canción que estaba interpretando en ese momento. Me le planté al frente y le grité, sin más allá y sin más acá: 

-“Oiga, yo sí apoyo que a usted lo llamen El Cacique de La Junta”. 
Salí corriendo de allí, a pie descalzo, con pantaloncitos cortos y con las costillas al aire, como nos gustaba andar a los pelaos junteros de la época.
Diomedes me siguió hasta la puerta de la calle, gritándome:

-“¡Vení acá, vení acá!”, pero yo iba ya calle abajo, pisando la arena caliente, a comprar los plátanos del almuerzo. No regresé por ahí, me daba pavor.

"El Mono" regresó para siempre a su Cali llevándose a Gloria. Esa casa la compró Bolívar Cuello (el que saluda Diomedes en la canción Lo "Mismo Me Da", del álbum "Con mucho estilo" diciendo: “Bolívar Cuello vamos a sembrar arroz, que esto está malo”) y le hizo unas mejoras. 

Ahora comprendo que yo tenía razones suficientes para contradecir a mi abuela esa noche. 
Tuvo que pasar mucho tiempo para yo volver a hablarle a Diomedes Díaz. Sucedió en la ciudad de Barranquilla, norte de Colombia. Fue en la etapa de mi paso fugaz por el diario El Heraldo donde me tocaba redactar noticias políticas.

Diomedes era ya un famoso cantante vallenato. Se había casado con una pariente mía, Patricia Acosta, la mamá de sus famosos hijos "Rafael Santos, Diomedes de Jesús, Luis Angel y El Gran Martín Elías". Esa noche, él cantaba en la ciudad y un grupo de redactores nos fuimos a verlo, invitados por Patricia Escobar que hacía la página de farándula. Nos hicimos en una mesa cerca a la tarima. Antes de subir a iniciar el show, Diomedes pasó a saludar a los periodistas. Cuando me tocó el turno, le mencioné los nombres de sus suegros y él me abrazó. Fueron como tres segundos.

Han sido las únicas dos veces que le he hablado de frente a Diomedes Dionisio Díaz Maestre: primero a El Chivato y, después, a El Cacique. Nada más.

….
Autor: Jhon Javier Acosta Solano. Periodista. Nació en Casacará, Cesar, Colombia. Creció en el corregimiento de La Junta, en San Juan del Cesar, La Guajira, Colombia. Ha publicado dos libros: Un Corazón dentro del fusil (cuentos) y Puntadas de la vida (crónicas).

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CONCEPTO PERIODÍSTICO, EDICIÓN Y CORRECCIÓN DE ESTILO: Héctor Sarasti. GESTIÓN, DESARROLLO 2.0 Y JEFATURA DE PRENSA: Antonio José de León. DIRECTOR GENERAL ORGANIZACIÓN DE DIOMEDES DÍAZ: José Zequeda. Mayo-junio 2014.

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Crónica: Diomedes, Mi Abuela y Yo… ¡Recuerdos De Mi Niñez!
….Yo veía que mi abuela no podía dormir… Se revolcaba de un lado a otro en su hamaca, se sentaba con sus pies colgando, se volvía a acostar con la cabeza para el otro lado. …Yo me hacía el dormido para ahorrarle la angustia que le causaba preocuparme por su insomnio. A veces, sentía su chancleteo cuando iba hasta la sala a servirse un vaso de agua de la jarra que ella ponía en la mesa para no tener que salir a media noche hasta la cocina, que quedaba en la mitad del patio. La música entraba nítida por las soleras de la casa. Venía desde la caseta comunal, como llamábamos en La Junta, el pueblo del alma, el sitio amurallado donde se hacían las verbenas. Yo estaba seguro de que lo que la trasnochaba, sonaba a todo timbal y llegaba hasta el aposento no era el concierto en vivo. Sabía, además, que hasta que no botara lo que la atragantaba, mi abuela no conciliaría el sueño. …Al rato, lo soltó -sin ningún pudor- en voz alta pero para sí misma, pues los únicos que estábamos en casa éramos los dos y ella me hacía fundido del sueño.
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