A Diomedes Díaz con sus canciones
Buenas tardes señor maestro, cantando una de mis canciones el 26 de mayo en tu cumpleaños a orillas del río Badillo, llegó la negra con mi ahijado pidiendo vía, para buscar los areticos que le regaló a la doctora con dos claveles en una flor de papel. Con el besito de mi muchacho gracias a Dios que a mitad del camino volvió mi canto y entre placer y penas, el rayito de amor en mis mejores días, llegó a mi casa risueña.
No se molesten si tengo celos con rabia, te quiero mucho y hoy brindo con el alma para no perderte porque sin ti me siento como el cóndor herido, mirándose en el espejo en una noche de amor.
Mi vida musical fue la carta bonita que borró la sombra de la señora tristeza por el chanchullito del gallo y el pollo, y con la oración de la Virgen del Carmen que es lo más bonito. En mi sentir, ya no está el pecado original y las penas de un hogar.
Con el regreso del cóndor y la pollita, como un frijolito, nace mi primera cana, la morriña llegó a mi papá como una rasquiñita, porque el profesional sin Consuelo, contó mi profecía de un amor, bogotana a la mujer mía, que sin excusas no quiso volver a vivir, con mi cariñito de mi vida.
Hoy te necesito, ayúdame a quererte para que no sufras, porque aquel cantor campesino para estar cerquita de ti, llevó tu serenata con tres canciones, con puro amor, entonó un canto celestial buscando el perdón. Él camina en una despedida de soltero, con un corazón callejero, llevando las notas de Juancho y el alma de un acordeón.
Bendito sea Dios, llegó el nueve de abril, y término contando las experiencias vividas, las vainas de Diomedes junto al hermano Elías, para toda mi fanaticada. Gracias por quererla cuando le brindo al cacique un canto celestial porque yo soy mundial.
Por: Carlos Alberto Padilla González
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